Comentario
En enero de 1820, un nuevo pronunciamiento que a primera vista podía parecer que reunía las mismas características que los que se habían producido en los años anteriores, consiguió por fin hacer triunfar sus objetivos y proclamar la Constitución. Aquel pronunciamiento se convirtió en una auténtica revolución: la Revolución Liberal de 1820. ¿Qué circunstancias confluyeron en aquella ocasión para provocar aquel triunfo?
El estallido de la insurrección en las colonias españolas de América estaba obligando de una forma cada vez más decidida al gobierno de la metrópoli al envío de tropas para tratar de reprimir a los insurgentes. Después de que en 1817 el general San Martín atravesase los Andes en su espectacular avance hacia el norte y después de la derrota de las fuerzas realistas en Chabuco, España se había visto obligada a realizar un supremo esfuerzo si no quería perder definitivamente sus colonias. El envío de un ejército al mando del general Morillo a Venezuela no fue suficiente para detener la acción de Bolívar y la capacidad de movilización de nuevas tropas por parte de la Monarquía resultaba difícil, dada la situación de ruina en la que se hallaban las arcas del estado español. No obstante, se comenzaron a hacer los preparativos para reunir un nuevo ejército expedicionario que fuese capaz de dar un giro a los acontecimientos que se estaban produciendo en América. No iba a ser un cuerpo excesivamente numeroso, unos 18.000 hombres, pero bien dotado, bien organizado y con mandos preparados y con experiencia adquirida en la guerra de la Independencia. Lo primero que había que gestionar era la compra de barcos para el traslado de la expedición, ya que la Marina española no disponía de medios suficientes para tan magna empresa después de las pérdidas sufridas en Trafalgar.
En 1817 se comenzó ya a gestionar la compra de cinco navíos armados con 44 cañones y tres fragatas de 44 cañones a Rusia, operación en la que intervino de una manera muy activa el embajador de aquel país ante la corte de Fernando VII, Tatischeff. Ultimada la operación, los barcos llegaron a La Carraca, en Cádiz, el 21 de febrero de 1818. Mucho se ha hablado sobre el mal estado de esos barcos y sobre la presunta estafa de que fue objeto el gobierno español al aceptar un negocio en el que salió perdiendo. Sin embargo, no se ha podido demostrar hasta la fecha que esos barcos estuviesen, en aquellos momentos, en un estado de deterioro. Lo que sí es posible es que, al permanecer fondeados en el puerto de Cádiz e inmovilizados durante cerca de dos años, su condición fuese empeorando con el paso del tiempo.
Por su parte, las tropas destinadas a embarcar con destino a América fueron acantonándose en las cercanías de Cádiz a la espera del momento propicio para atravesar el océano. Entretanto, los abastecimientos faltaban, el dinero escaseaba y la fiebre amarilla hacía estragos entre los soldados. Su moral era débil puesto que las perspectivas que se les ofrecían eran bastante intranquilizadoras. La guerra en América era una aventura que les aparecía incierta en sus resultados y terrible en su desarrollo por los rumores que circulaban sobre la inmensidad del territorio y la ferocidad de los combatientes. Y por si fuera poco, pronto cundió la noticia de la falta de seguridad de los barcos destinados a su transporte. Los agentes liberales y los elementos de la masonería comenzaron a aprovecharse de estas preocupaciones que asaltaban a la tropa para ganársela para su causa. Antonio Alcalá Galiano cuenta con todo detalle en sus Memorias la labor que en este sentido se llevó a cabo en Cádiz entre los miembros de las logias Taller sublime y Soberano Capítulo, que consiguieron infiltrarse entre las filas del ejército para trocar la desgana que mostraban los soldados hacia su objetivo, en ardor revolucionario para proclamar la Constitución. Aunque Ferrer Benimeli cuestiona la existencia de logias con esos nombres dentro de la masonería, a través del testimonio de Alcalá Galiano queda clara la conexión que la burguesía liberal gaditana mantenía, por medio de Istúriz, Mendizábal y otros, con los oficiales del ejército expedicionario.
El comandante en jefe del ejército expedicionario era el general Enrique O'Donnell, conde de Labisbal, quien se unió a la conspiración. Sin embargo, su segundo el general Pedro Sarsfield, que no sentía inclinación por la causa liberal y que no estaba al tanto de la actitud de su comandante en jefe, le denunció a éste la maniobra insurreccional que se estaba preparando. O'Donnell, temeroso de que todo pudiese fracasar y de que él mismo fuese arrastrado por ese fracaso, decidió dar marcha atrás y en la mañana del 18 de julio de 1819 reunió a la tropa en el Palmar del Puerto de Santa María y arrestó a varios de los oficiales iniciados, entre ellos a Quiroga, San Miguel y Arco Agüero.
Afortunadamente para los liberales, quedaron libres unos cuantos oficiales segundones jóvenes, poco conocidos hasta entonces en el mundo de la política, pero activos y ardorosos y que estaban destinados a desempeñar un papel importante en el futuro. Entre ellos, el teniente coronel Rafael de Riego, que estaba al mando del Segundo Batallón de Asturias, acantonado en el pueblo de Las Cabezas de San Juan, en el camino de Sevilla a Cádiz. Comellas ha puesto de manifiesto el papel de esta nueva generación de militares y ha destacado su protagonismo en el triunfo de la Revolución así como su menor participación en el festín de la victoria una vez proclamada la Constitución, lo que afectaría más tarde a la marcha del propio régimen liberal. En efecto, a ellos les correspondió culminar la trama que se había iniciado tiempo atrás y el 1 de enero de 1820 Riego emitió una proclama a las tropas en la que, después de renunciar a embarcarse, les anunciaba que "...unidos y decididos a libertar su Patria, serán felices en lo sucesivo bajo un gobierno moderado y paternal, amparados por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos; y que cubiertos de gloria depués de una campaña breve, obtendrán los soldados sus licencias y las recompensas y honores debidos a sus importantes servicios". La proclama informaba también que había sido elegido el coronel D. Antonio Quiroga -que sería reconocido como general- como jefe de la insurrección y que a él había que prestarle desde ese momento obediencia.
A partir de aquel pronunciamiento del primer día del año de 1820 se inició una pintoresca peripecia de los sublevados que pronto hizo pensar que todo iba a acabar como las intentonas precedentes. Ante la imposibilidad de entrar en Cádiz, ciudad que le cerró sus puertas, alrededor de 3.000 soldados se atrincheraron en la Isla de León, y allí fueron bloqueados por las tropas leales al gobierno enviadas desde Madrid al mando del general Freyre. Entretanto, Riego, con una columna de 1.500 hombres, inició un penoso itinerario para tratar de conseguir adeptos a la causa, que le llevó por Conil y Vejer hasta Algeciras, desde allí hasta Málaga para subir luego hasta Córdoba y dirigirse hacia Extremadura. No sólo no conseguía levantar a las poblaciones por donde pasaba, sino que fue perdiendo hombres a medida que iba avanzando hacia el norte. Sin embargo, cuando todo parecía indicar el fracaso del levantamiento, el 21 de febrero en La Coruña, un grupo de oficiales, dirigidos por el coronel Acevedo, secundó la llamada de los pronunciados. Al poco tiempo, la guarnición de Zaragoza, secundada por una gran parte de la población civil, se pronunció en favor del que el Rey aceptase la Constitución. Y así, se produjo de pronto una cadena de manifestaciones de ciudades por toda España en las que se clamaba por la implantación de una monarquía liberal.